La educación en la ciudadanía ambiental, como integración de derechos y deberes de ciudadanos y ciudadanas, traducidos en acciones reales; nos conduce a la armonía y a la reconciliación con nuestro medio ambiente, nos impulsa a reconocer a nuestra madre tierra, como la gran nutriente de nuestro vivir diario. La espiritualidad que derivamos de ello, entonces nos configurara como ciudadanas y ciudadanos de respeto, amor y reverencia por el nicho y hogar en el cual transcurren nuestros días: el planeta tierra.
Solo esa capacidad de comulgar y de sentir en nuestros cuerpos la vida palpitante del espíritu de la tierra y del agua cuando corre libremente por las montañas y bosques, nos permitirá una actitud espiritual de comunión generalizada que ayudará a recomponer la vida del planeta y se opondrá con todas sus posibilidades a todo aquello que contamina y que daña.
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